El mundo me condena a silencio,
que aún suplico.
¡Si amando herirte puedo!
y musito en amargura
acorazonada poesía inmarcesible,
dolorido ancón en mi pecho.
Acaso me presientes, mas
entre dudas,
dirás, ¿quién eres?, ¿para
qué tus versos?
Guárdalos mujer de mi amor,
dales tu calor,
suspira entre ellos. Son
tuyos, por ti, para ti nacieron,
tristes sueños sin
ansiedad, ilusiones en terciopelo,
que brotan desnudos,
a carne viva,
en la emoción de lo dilecto.
Desde mi alma; dorados,
anhelantes,
turbados, heridos por el
aire; con el sabor agrio,
que de esquivo tiene el
secreto,
rompen en mares, viven en
viento,
buscan tu perfume, le
encuentran,
se funden con él, son la piel
de tu cuerpo.
Sufren honda lanzada,
compelidos amantes imposibles,
en frías y calladas
soledades, ensenadas del tiempo.
Quebrantado en el dulce
sentimiento del amor;
en ningún
lugar de tu
vida existo,
soy: fuego
apagado, frustrada vivencia,
anónimo palpitar, prendada
melancolía.
En silencio.
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